Voy a tatuar un verso impúdico al borde de tus ganas (de mí), a hacerlo vibrar en la cresta de tu sexo… a sonreír rozando la comisura de tu boca
voy a celebrar tus erectas palabras, a sentirlas rugir y repetirse en el eco del temblor de mis muslos, apretarlas con la fuerza de las piernas, hasta abrazar las señales de éxtasis en la proa del deseo de tu cuerpo, acelerador de tanto impulso y frenesí, para renacer liviana y ágil después del orgasmo que tu oleaje provoca en mi pubis de arena, así orillar la marea saciando el hambre con la sal de tu esperma, bajo una luna indeleble de piel, fuego y poesía.
Volverte a mirar, no solo verte; volver a sentir tu cuerpo, no solo tocarlo; estar con vos, por fuera de todo límite, porque cuando sucede, recuerdo que estoy viva, me abro a tu luz, existo.
Siempre tuvo las manos atadas, los pies encadenados, la boca amordazada; pero sus alas, libres y esplendorosamente extendidas. Ellos nunca las divisaron, pues le habían brotado en el corazón, alimentadas con su alma soñadora. Pocos sabían que lo suyo, desde niña, era volar.
No todos la conocieron o supieron de su existencia; será por eso que muchos se preguntan por qué el cielo de la libertad tiene otro color.
Abro la ventana, dejo entrar la luz, la tomo a sorbos como la claridad del alba a las lágrimas de la noche, la acomodo en el mejor rincón de mi memoria, no hay reflejo más fidedigno que el que brota desde dentro de uno mismo
me miro, el espejo es la cresta de una ola que se agiganta y arrasa, un tormento despiadado sin filtro ni vuelta atrás, a mi cuerpo le suceden cosas, a mi alma también, solo que ella no envejece.
Una raíz no sabe que existe el cielo, no conoce la luna, las nubes, las estrellas… es ajena a la mano que riega la tierra, nunca ve caer la lluvia, no siente la caricia del viento, no posee rostro, alas, voz.
Una raíz habita la oscuridad, respira la negrura del encierro, no puede acariciar más allá de la semilla que le dio vida como ofrenda de identidad, no conocerá la belleza de la flor, el color de sus pétalos, el olor del fruto.
Cómo podría comprender el significado de las palabras: música, brisa, pájaro, luz, la importancia de tener alas, de soltar, la libertad que se siente al volar, ella es solo un pequeño corazón latiendo aferrado a esta tierra de falsas promesas.
Inmersa en el pensamiento, el infinito es, me sumerjo en lo estelar del recuerdo de tu cuerpo en el mío, me dejo llevar, y todo se vuelve fuego en la órbita de la piel y los sentidos, misterio de luces y placer, silbido de universo en medio de la oscuridad.
Corazones de cristal, que se rompen apenas los tocás. Fragilidad.
Corazones de madera, que flotan a pesar de la tormenta. Resiliencia.
Corazones de papel, que se cortan, abollan, pintan, escriben, pliegan… Oportunidad.
Corazones de luz, que se encienden y apagan, según se haga la noche o el día. Necesidad.
Corazones de chocolate, que se saborean y disfrutan a la hora de celebrar. Festividad.
Corazones de piel, que se comparten, laten, vibran, gozan… Entrega.
No importa cuáles, cómo, dónde, con quiénes, lo que realmente importa es que sean corazones donde habitar y guarecerse de los males, donde amar, porque donde haya amor ellos no dejarán de latir.
Cuando llegue la hora final, cuando el aire nos remonte y un rayo nos haga caer, cuando el cielo no desee cobijarnos, ni los astros quieran dar luz a nuestros ojos, nuestros nombres, almas, seremos esa parte del mar que siempre vuelve, renace.
Somos umbral de luna roja, vuelo del corazón, lágrima de felicidad, a contraluz.
Nada le imprime tristeza a estos ojos sosegados, deseosos de amaneceres, solo la lluvia que imaginamos, adueñándose del cántaro de los cuerpos, en la sedienta ilusión de ser.