Puentes de amistad

 

amistad

 

   Cuando yo era niña, vivía en una casa frente a las vías del Ferrocarril Roca junto a mis padres y hermanos. A menudo nos sentábamos en el pilar de la entrada y mirábamos pasar los trenes repletos de personas que iban a trabajar a capital, en el sentido norte, o hacia Mar del Plata, tal vez de vacaciones, hacia el sur. Nos alegraba saludar agitando las manos a la gente que nos veía por la ventanilla y más de uno nos respondía el saludo, cosa que nos alegraba y festejábamos cual si fuera toda una hazaña. La casa, hacia el fondo, tenía un largo jardín de cincuenta metros, donde se levantaban diversos árboles frutales, entre canteros con plantas y flores. El terreno estaba rodeado de ligustrinas que mi padre con paciencia y esfuerzo recortaba con el fin de emparejar sus ramas y también evitar que creciera demasiado. Con mi hermana solíamos jugar en el patio contiguo al comedor, mientras mamá organizaba sus tareas. A menudo andábamos en bicicleta por los senderos del jardín, haciendo equilibrio para no pisar los canteros o nos hamacábamos un rato por la tarde luego de jugar al Pisa Pisuela con nuestras amigas del barrio, aunque lo que más me gustaba era ir a la casa de mi vecina Patricia y jugar a las visitas, tomando el té en el juego de porcelana miniatura que le habían traído de Inglaterra. Era una época en que los niños podíamos jugar en la calle, sin estar tan pendientes de la mirada atenta de nuestros padres, así que dibujábamos la rayuela en la vereda y disfrutábamos de aquellos viajes entre la tierra y el cielo más de una vez, siempre con la piedra en mano para una nueva oportunidad de viajar bien lejos. En época de carnaval, nos divertíamos llenando los globos con agua y arrojándonoslo o echándonos chorros de agua con la manguera para refrescarnos un poco.

   Lo más maravilloso era cuando mi querida gran compañera y amiga Nilda nos invitaba a la piscina. Ella vivía a la vuelta de mi casa, en la misma manzana, a mitad de la cuadra, entonces para ir a su casa debíamos recorrer todo ese trecho. Como mi madre muchas veces estaba ocupada y no nos podía acompañar, comenzamos a pensar en la posibilidad de hacerlo de alguna otra forma. Nosotras disfrutábamos mucho de jugar juntas, éramos inseparables, tanto en la época de escuela como en las vacaciones, porque la pasábamos de maravillas, conversando y compartiendo la vida y la amistad.Claro que en verano, esto sucedía más a menudo ya que, como no teníamos horarios escolares ni tareas, nos invitaba a jugar, nadar y luego compartir la merienda. A menudo el calor agobiaba y no daban muchas ganas de estar al sol, entonces armábamos una casa de juego en el garage de mi casa y pasábamos horas jugando a la mamá, a la maestra o tan sólo disfrutando de estar juntas.

   Una tarde mi padre estaba cortando las hojas en el cerco que lindaba con la casa del vecino de la cuadra donde vivía mi amiga, pues los fondos se comunicaban en ese punto y, mientras yo le ayudaba a juntar las ramas y hojas caídas, descubrí que ese era el terreno de Nilda, ya que visualicé con gran sorpresa la piscina colmada de gente nadando y haciendo bulla. Era un domingo en familia como tantos otros y todos estaban aprovechando a refrescarse un poco. Con mucha alegría lo comenté con mi padre y le dije si me permitía llamar a Nilda desde allí, pero como la piscina estaba algo alejada, no me oyó. Al otro día, cuando ella vino a jugar a casa, se lo comenté y quiso ver ese mágico lugar. Recuerdo que teníamos tanta emoción que pensamos en hacer una especie de puente o pasadizo para unir los dos terrenos, aunque había de por medio un alambrado que estaba por detrás de la ligustrina de mi casa. Como mi padre trabajaba en una fábrica de productos químicos, hallamos un barril de grandes dimensiones en el galpón y decidimos usarlo para tratar de llegar a la altura del perímetro del alambrado. Intentamos subir y pasar al otro lado pero había muchas ramas gruesas por la añosa cerca entonces comenzamos a cortarlas dejando un hueco lo suficientemente grande como para que las dos pudiéramos pasar al otro lado. Claro que al probar de hacerlo nos quedaba muy bajo el nivel del terreno al otro lado, entonces mi amiga pensó hablarlo en familia y ver cómo resolverlo. Pasaron los días y no lográbamos encontrar el modo de emparejar las bases del cruce hasta que de pronto, con inmensa alegría algo especial sucedió. Una tarde, cuando menos lo esperaba, Nilda apareció en mi casa por el pasadizo secreto al que bautizamos Nildi-Clau ( no hace falta aclarar el porqué de ese nombre). Sus hermanos la habían ayudado colocando unas maderas a modo de escalera, al notarla tan entusiasmada con la idea. Desde ese día nos comunicábamos por allí. Yo la llamaba o me llamaba ella, yo cruzaba a la hora convenida o cruzaba ella. Era muy divertido y nos ahorraba dar toda la vuelta a la esquina por la calle.

   Así se sucedieron los días hasta que a mi padre lo trasladaron a otra fábrica en la ciudad en la que aún hoy habito. Recuerdo cómo nos lamentábamos al saber que no nos veríamos diariamente como hasta ese momento. Las dos sufrimos mucho separarnos y nuestras familias también. Nilda fue la primer invitada a pasar unos días a mi nueva casa y, de esa hermosa experiencia, conservo las fotografías que ahora comparto con todos ustedes. Pasamos unos días intensos, alegres e inolvidables aunque, después, la despedida fue ciertamente triste para las dos. En ese entonces no teníamos teléfono, ni viajábamos muy seguido a nuestros pagos, por la intensa ocupación de mi padre al poner la fábrica en marcha. Pasaron los años, nos vimos contadas veces. Nos pusimos de novia, nos casamos, tuvimos hijos…eso sí, participamos de la fiesta de casamiento en las dos ocasiones, felices de compartir tan especial momento de nuestras vidas, con indescriptible emoción. De las dos, fui la última en casarme y ella asistió a la celebración junto a su hermosa familia. Recuerdo que, cuando la vi en el templo, me emocioné tanto que ese abrazo aún lo sigo sintiendo, a la distancia. Desde esa mágica noche, no nos volvimos a ver.
Pasaron muchos años. Ahora tenemos un nuevo puente que, aunque está muy lejos de ser igual, tiene su magia y encanto. Nos permite vernos y comentar algunas cosas, saber si estamos tristes o contentas, apreciar imágenes y compartir palabras, siempre con la promesa del reencuentro.

   Internet es eso, un puente especial que une los corazones de la gente que se quiere y extraña, y eso es posible a través del Facebook. Por eso quise escribir esta historia que es real, para compartirla con todos ustedes que también son mis amigos.
Nilda y yo creamos un puente de amistad y amor hace más de cuarenta años ( ¡uy, que
vieja que estoy! ) y ahora descubrimos y compartimos este otro puente maravilloso y virtual que nos permite seguir compartiendo sueños, palabras y sonrisas, siempre con el mismo anhelo de vernos pronto.
Espero que en este nuevo año que se inicia lo logremos, que podamos disfrutar de ese cálido y esperado abrazo. De mi parte, prometo mostrarles las fotografías y contarles cómo resultó la experiencia.
Muchas felicidades a todos y cada uno de ustedes y en especial, a mi querida e inolvidable compañera de juegos y aventuras, mi amiga Nilda, y a toda su familia.

                                                              Claudia Beatriz Felippo

4 comentarios en “Puentes de amistad

  1. Primero decirte que gracias por compartir tus fotos tan lindas de infancia, la historia es hermosa porque es real, sabes? me paso algo parecido
    en mi infancia, mi padre hizo una especie de puertita para comunicarnos con los vecinos, en este caso no fue para una amiga pero si para unos vecinos que eran como de la familia, que lindos recuerdos! gracias!

    Me gusta

Replica a Claudia Beatriz Felippo Cancelar la respuesta